14 de enero de 2013

Vine.

Me trajo el insomnio. Un poco también la luz naranja del sol contra mi cortina de tela -que no se mueve porque cerré la ventana.

Me trajo el amor profundo que siento por aquellos que están lejos porque yo lo quise así y ahora me arrepiento. También el amor profundo que tengo por alguien que está a mi lado todos los segundos que la vida le regala desde el 25 de abril del 2011 y sé que lo estaría, incluso si yo no quisiera.

Las personas son quienes son por cómo son. Hoy, por ejemplo, soy una cobarde. Mañana, quizá, seré un guerrera. Esas ganas de superarme y cambiar lo que no me gusta me hacen Bárbara Cáseres. Ni Barbi, ni Bartz, ni Bar, ni Barbie. Bárbara Cáseres y punto.

Mi familia me enseñó a despegar. El vuelo lo voy haciendo sola y de a poco.

Mi hermana me enseñó que, cuando dos almas brillantes se juntan, no hay límites para nada y que una hermana puede ser, también, la mejor mejoramiga del mundo.

No tengo muchos amigos, pero de ellos aprendí a dejar que los vínculos crezcan hasta que se caigan por su propio peso. A no mirar mientras se hacen trizas contra el suelo para no sufrir. También aprendí que hay gente que sobreactúa porque no cabe en su alma y gente que no actúa porque el alma les queda grande. Aprendí que el amor no siempre es correspondido y que no todos sabemos apreciar lo que los otros hacen por nosotros.

En el trabajo aprendí que ser Bárbara Cáseres no es tan malo como yo creía. Sólo eso.

Con el amor aprendí quién es Bárbara Cáseres. Me lo enseñó mi compañero de ruta. Parece que esa tipa está bien loca, pero sabe amar y cuidar muy bien. Sólo eso, que es bastante.

Conmigo misma no estoy segura. Espero algún día aprender a estarlo.

Soy Bárbara Cáseres. Me gusta escribir, me gusta cantar, me gusta reírme, me gusta moverme cuando nadie me ve, me gusta el helado, me gusta el sol que acaricia la piel en verano, me gusta el frío que congela narices en invierno y me gusta el té casi tanto como me gusta la gente que piensa y es buena. No me gustan las berenjenas y no me gusta que la gente no entienda que algunas cosas están muy mal y que, por más que parezca que haciéndolas se favorecen, todos nos morimos y el oro no lo llevamos encima cuando nos vamos, pero sí las acciones.

Mucho gusto.

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